La Guerra en Israel desde una Perspectiva más Elevada

La Guerra en Israel desde una Perspectiva más Elevada

Nací y me crié en Israel.

Como la mayoría de los israelíes, fui criada bajo la creencia que todos los no judíos nos odian, porque tienen envidia de que seamos el pueblo elegido y porque somos los mejores. Me advirtieron que tenía que tener especial cuidado con los alemanes (porque todos son Nazis) y con los árabes (porque aunque sean amables, al fin de cuentas, te clavarán un cuchillo por la espalda.)

En el año 2000, cuando me mudé al sur de Chile, todas estas creencias se derrumbaron de golpe, cuando conocí a una mujer alemana y a un hombre palestino, que se convirtieron en mis amigos más cercanos.

En ese momento, Katharina, nacida en Berlín, se convirtió no solo en mi amiga, sino en mi alma gemela. Y Joseph, que venía de Belén, fue un hermoso recordatorio de la cálida hospitalidad que experimenté al crecer en mi hogar de la infancia, con mis padres de Medio Oriente.

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Así comenzó mi largo viaje interior, que eventualmente llevaría al colapso de todas mis falsas creencias.

Llegué a entender mi mudanza a Sudamérica, como un período de exilio de mi pasado, para que pudiera descubrir la Verdad desde las alturas más elevadas, desde la Luz.

Fue entonces cuando me convertí en un nuevo ser humano, y comprendí que llegaría el momento (durante los Días del Juicio Final) cuando se me llamaría a ayudar a otras personas; no solo al pueblo de Israel, sino también a otras naciones.

Ese es el objetivo de las escuelas ALMA, y también es el propósito de nuestra conferencia de hoy.

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Para entender lo que está pasando actualmente en Israel, primero debemos revelar y entender el verdadero origen de la guerra. Y el origen, como siempre, no solo de la guerra, sino de todos los problemas de la humanidad, es espiritual.

Quiero comenzar la conferencia de hoy explicando qué significa el término “pueblo elegido”, desde una perspectiva espiritual. Basándome en el significado original de este término, ofreceré un breve recorrido por la historia del pueblo de Israel, visto desde la perspectiva elevada de la Luz.

Una persona elegida o un pueblo elegido, son aquellos que están cerca de la Luz; de Dios. Esto significa que su espíritu está en un nivel más alto de desarrollo que el de otros, y por lo tanto reciben un Poder especial, para cumplir una misión y servir a la humanidad.

¡Un elegido, no es alguien que mira con arrogancia a los demás y piensa que es mejor, y por lo tanto, estos deberían servirle!

Esta es una distorsión por parte de la Oscuridad, del concepto mismo de ser elegido. Una distorsión fatídica, que traerá resultados desastrosos, a cada individuo elegido, y al pueblo de Israel como nación.

¡Ser «elegido» significa cargar con más responsabilidades, no más derechos!

¡Por lo tanto, un elegido que falla en su papel y misión, es decir, no usa el Poder y las bendiciones que le da la Luz para el servicio de otros, cargará con las consecuencias de su fracaso de una manera mucho más severa que una persona ordinaria!

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Con esta definición y entendimiento en mente, pasemos a la historia del pueblo de Israel:

Alrededor del año 1800 a. C., Abraham fue elegido para ser el padre de una gran y nueva nación, que traería bendiciones a la humanidad, trayendo al mundo el concepto más elevado de la Divinidad, que era posible en ese momento: «Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Génesis 12:3)

Alrededor del 1800 al 1500 a.C. los hijos de Abraham, es decir, los israelitas, fueron esclavos en Egipto. Sin embargo, fue precisamente su sufrimiento, lo que los llevó a la madurez espiritual y al cumplimiento de su misión, como el pueblo elegido.

Alrededor del 1500 al 1000 a.C. tiene lugar el Éxodo de Egipto, y los israelitas reciben, a través de Moisés, el mayor tesoro y el apoyo más poderoso para su desarrollo continuo: los Diez Mandamientos y las Leyes de la Creación.

Después de muchas dificultades en el desierto, los israelitas llegaron a la Tierra Prometida.

Antes de entrar en ella, se les dio una advertencia para asegurar que no violaran las Leyes de la Creación de Dios, porque una violación contra esas Leyes significa traición contra Dios y expulsión de la Tierra Santa, que se purifica de quienquiera que no se adhiera al más alto comportamiento moral. Estas advertencias fueron:

«Guardad todos mis decretos y leyes y seguidlos, para que la tierra donde os llevo a vivir, no os vomite.» (Levítico 20:22)

Sin embargo, el pueblo de Israel traicionó a su Dios y violó las Leyes de la Creación, que les habían sido dadas para traerles solo bendiciones y prosperidad.

Alrededor del 600 a. C., el profeta Jeremías había advertido al pueblo de Israel que el primer Templo sería destruido si no se purificaban de su decadencia moral y espiritual.


El profeta Ezequiel, que vivía en aquella época, les advirtió de otra razón por la que el Templo sería destruido: ¡la idolatría dentro del mismo Templo Sagrado!

Sin embargo, Joacim y Sedecías, los reyes del pueblo de Israel en ese tiempo, eligieron en su lugar participar en rebeliones continuas contra el reino babilónico y culpar a estos enemigos externos, en lugar de asumir la responsabilidad por sus conflictos internos.

El pueblo de Israel eligió no prestar atención a las advertencias de los profetas, y en su lugar, ¡eligió burlarse y atacar a todos los mensajeros que les fueron enviados desde la Luz!

Y así, en el 586 a. C., Nabucodonosor, el rey de Babilonia, destruyó el Gran Templo de Jerusalén.

Por eso, no será incorrecto decir que, desde una perspectiva espiritual, el Primer Templo no fue destruido por el malvado Nabucodonosor, sino más bien debido a la idolatría, el incesto y el derramamiento de sangre innecesario.

De hecho, los antiguos comentarios bíblicos nos dicen que la Luz tenía la intención de que Nabucodonosor destruyera El Templo, para ejecutar el Juicio de la Luz sobre el pueblo de Israel, como resultado de la desviación de las Leyes de Creación:

«Cuando el malvado Nabucodonosor vino con los reyes a Jerusalén, pensaron que la tomarían en poco tiempo. Pero Dios fortaleció al pueblo de Jerusalén, hasta el tercer año, por si acaso se arrepentían.» (Yalkut Shim’oni, Lamentaciones 1)

En 538 a.C., siguiendo la proclamación de Ciro, el fundador del reino persa, a los judíos finalmente se les permitió regresar del exilio a la Tierra de Israel. Incluso se les permitió construir allí, por segunda vez, el Gran Templo.

Sin embargo, con el paso del tiempo, los judíos una vez más permitieron que el intelecto dominara su religión. Cultivaron una lujuria corrupta por el estatus, y su desviación del camino correcto, nuevamente llevó a un peligro real.

En ausencia de un verdadero liderazgo espiritual, un grupo de fanáticos logró arrastrar a toda la nación del pueblo de Israel a la rebelión contra el Imperio Romano, a pesar del hecho de que deberían haber sabido que enfrentarían una derrota brutal.

Esta vez, se envió ayuda especial desde la Luz.

Ayuda que fue anunciada por todos los profetas, la venida de Jesucristo en el Año del Señor.

El sufrimiento causado por la crueldad del Imperio Romano, una vez más permitió que un pequeño grupo del pueblo de Israel mantuviera la conexión con la Luz, para que el Mesías pudiera encarnarse entre el pueblo judío.

Y Jesús estaba destinado a nacer de este pueblo, porque según la Ley de Atracción Entre Especies Homogéneas, solo podría haber encarnado en un cuerpo físico en un pueblo cuyo modo de vida, a pesar de errores pasados, todavía estaba más cerca de la Verdad.

Jesús trajo consigo el plan de redención hasta el Fin de los Tiempos, ¡pero el pueblo de Israel lo rechazó!

¡Jesucristo fue crucificado!

Y esta fue la verdadera razón de la destrucción del Segundo Templo en 70 d.C.

Desde el momento de la crucifixión del Mesías, el pueblo de Israel fue despojado de su estatus de elegido y sentenciado a un exilio de 2000 años.

Un exilio de sufrimiento, persecución incesante, inquisiciones, masacres, y finalmente el Holocausto. Todo esto, sin jamás comprender por qué su destino era tan terrible.

Según la Ley del Karma, todo efecto tiene una causa.

Entonces, ¿qué hemos sembrado como pueblo, que esto es lo que cosechamos?

¿Por qué tenemos un karma colectivo tan terrible?

¿Cuántas generaciones más vivirán bajo esta amenaza existencial constante?

El liderazgo de la religión judía, que continúa siendo controlado por la Oscuridad hasta el día de hoy, ocultó al pueblo de Israel la Verdad sobre el plan del Mesías para la salvación de la humanidad, ¡que el pueblo judío se suponía que debía difundir al mundo entero!

Los líderes ocultaron el hecho de que Jesucristo fue asesinado, porque el Mensaje Divino que él trajo, amenazaba la autoridad y enseñanzas de los estimados líderes religiosos, quienes buscaban obtener solo dinero y poder.

Esta institución continúa alimentando el mal karma del pueblo judío al promulgar terribles leyes seculares que discriminan entre Judíos y No Judíos y que terminaron conviertiendose en racismo. Alimentaron ese mal karma distorsionando la religión y tomando el nombre del Señor en vano, lo que mantuvo a muchas personas alejadas de creer en Dios y como ató a otras en una fe ciega y dogmática.

La creencia en muchas religiones, de que el Mesías aún está por venir es una mentira. ¡Es la mentira más grande, en la historia del pueblo de Israel!

¡Es la mentira más grande que necesita ser expuesta durante este tiempo cuando todas las verdades serán reveladas, para que el karma colectivo del pueblo de Israel pueda finalmente cambiar para mejor!

¡Y la exposición de esta gran mentira, no pasará por alto a la Iglesia Católica tampoco, porque la Iglesia ha distorsionado la historia de la vida de Jesús y sus enseñanzas tan severamente, que efectivamente lo crucificó una segunda vez!

De hecho, ninguna religión podrá escapar de la revelación de la Verdad del Juicio Final, porque cada religión ha distorsionado la Palabra de Dios. ¡Solo hay una Palabra Divina. Solo hay una Verdad!

Hoy, tenemos una oportunidad histórica de corregir este karma, y es crucial que no la perdamos otra vez, como hicimos durante la Segunda Guerra Mundial (trataré este tema en detalle en otra conferencia).

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Por ahora me gustaría continuar con una breve historia del pueblo de Israel, para que podamos llegar al día presente, y la guerra que está ocurriendo actualmente.

Desde el siglo XIX, judíos de todo el mundo han estado regresando a la Tierra de Israel.

Pero esta vez, no eran judíos religiosos los que que regresaban, sino más bien judíos seculares, jóvenes que no tenían ningún interés en seguir las doctrinas religiosas, e inmigraron a Israel con el propósito de crear un modelo para el nuevo hombre judío, que se encontraba en completo contraste con el judío tradicional, religioso: Alto, fuerte, sin barba, capaz de trabajar la tierra y especialmente capaz de protegerse a sí mismo, para que nunca hubiera un segundo Holocausto.

Este regreso a la Tierra de Israel estaba lleno de posibilidades tanto positivas como negativas.

¿Cuáles eran las positivas? Despedirse del dogma religioso, y conectarse con Dios y las Leyes de la Naturaleza con una perspectiva renovada, y así regresar a la misión original de difundir la Palabra de Dios a todas las naciones.

¿Cuáles eran las negativas? Continuar cultivando racismo y arrogancia, así como una cultura de materialismo y poder, arraigada en la creencia de que «mi fuerza y el poder de mi mano me trajeron todo este éxito.»

Estos aspectos negativos son la realidad en Israel hoy en día, y han sido acompañados por una severa degradación moral, una situación que se asemeja a lo que pasó en Sodoma y Gomorra y en la Atlántida.

Porque el origen del antisemitismo, y especialmente del Holocausto, nunca ha sido expuesto, tratado y curado. Los israelíes ven e interactúan con los árabes también a través de una lente de post trauma, por lo que mantienen la creencia limitante de que están bajo una amenaza existencial continua, y solo el ejército israelí (IDF), que es el más poderoso del mundo, podrá salvarles.

Dado que Israel depende de su fuerza y poder, confiando solo en su ejército, ignora la lección que es tan evidente en la historia judía: la derrota o la victoria dependen enteramente de la fortaleza moral del pueblo, nada más.

¿Qué sabe Hamas que la mayoría del pueblo israelí no sabe?

El Corán menciona la gobernanza de la Tierra Santa, que Dios una vez dio al pueblo de Israel.

Como pueblo elegido, la gobernaron dos veces, y allí construyeron dos Grandes Templos. Pero debido a sus pecados, ambos templos fueron destruidos, primero por los babilonios y después por los romanos.

Según el Corán, Dios usó a los babilonios y a los romanos para expulsar al pueblo de Israel de la Tierra Santa, porque habían pecado contra Él.

Los versículos terminan con las palabras: «¡Y si regresáis, nosotros también regresaremos!»

Estas palabras son un mantra clave de Hamas, que las interpreta de la siguiente manera:

Si ustedes judíos regresan al pecado, nosotros también regresaremos a castigarlos.

Es decir: si pecan por tercera vez, seremos los instrumentos para traer el Juicio de Dios sobre ustedes.

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Durante los veintiún años que viví en Sudamérica, fui testigo de cómo la comunidad judía apoyó cada operación y guerra en la que Israel estuvo involucrada.

Este apoyo provenía, ante todo, del miedo de que si el Estado de Israel fuera dañado, los judíos fuera de Israel no tendrían a dónde huir si hubiera un segundo holocausto como resultado del auge global del Islam fundamentalista.

Este es otro ejemplo de cómo este miedo colectivo no permitió ni permite que el espíritu ascienda y se abra a soluciones alternativas presentadas por la Luz.

Este miedo y la distancia física de Israel tampoco permite a la diáspora judía ni a todos aquellos que apoyan el bando de Israel en la guerra comprender el enorme costo de la guerra, que crea y acumula trauma sobre trauma. Estos traumas tomarán generaciones en sanar.

Albert Einstein dijo: «La locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.»

¿No es hora de elegir la cordura y, como nación, detener este ciclo horrible?

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Durante estos Días del Juicio Final, la Ley de Causa y Efecto opera a una velocidad acelerada, para que el ciclo del karma pronto llegue a su fin para cada alma, cada nación y para toda la humanidad.

Entonces, ¿qué elegiremos: destrucción o sanación?

No se supone que nos sentemos y esperemos sin esperanza a cosechar nuestro mal karma. Más bien, debemos expiar nuestros pecados, y al hacerlo, permitir un cierre simbólico del ciclo kármico, por la Gracia de Dios.

No necesitamos alimentar el odio y la venganza. Tampoco necesitamos una «píldora de solución rápida» para nuestro miedo que nos calme solo por unas pocas horas. En cambio, necesitamos experimentar un despertar espiritual, para comprender el panorama general sobre este tiempo del Juicio Final, y entender dónde nos equivocamos, para que podamos corregir nuestros caminos mientras aún tengamos tiempo.

No necesitamos culpar a otros sino asumir la responsabilidad y alinearnos con las Leyes Divinas de la Creación.

Debemos ascender; no podemos hundirnos más.

¡En el momento de mayor necesidad, la ayuda de Dios está más cerca de nosotros que nunca!

Así ha sido desde el comienzo de los tiempos y así será hasta el Fin de los Días, para cada espíritu humano que trague su orgullo, levante sus ojos a los cielos y se abra a la ayuda de Dios.

Y quiero terminar esta conferencia con palabras de la última revelación de la Luz que fue dada a la humanidad para este tiempo:

«Y tú, pequeño rebaño, ¡deja que se enfurezca, deja que haga la tormenta! ¡Antes de una mañana de primavera, deben soplar vendavales violentos! Deja que millones de personas sean arrastradas; ¡es bueno y está de acuerdo con la Voluntad inflexible del Altísimo! ¡Cada uno recibirá lo que merece! La hipocresía, la corrupción y el pseudo conocimiento del hombre, deben llegar a su fin.

¡Pronto las poderosas palabras: «¡Está terminado!» resonarán una vez más fuerte y jubilosamente por todos los mundos!

¡Entonces amanecerá la mañana de la resurrección, y un sol resplandeciente anunciará un nuevo día para ti! ¡El Señor y Dios concederá una nueva era a aquellas de Sus criaturas que se sometan humildemente a Su Voluntad!

¡Entonces cada alma exhalará un gran suspiro de alivio y libertad, que, como acción de gracias, como oración, ascenderá al Trono del Altísimo, como un voto de servirLE a Él conforme a Su Voluntad. ¡Que Dios lo conceda!”

Amén.